A mediados de los años ochenta del siglo pasado, París optó por lo que allí se denomina el tout nucléaire, es decir, que el 80% de la producción de electricidad procediera de centrales atómicas. Hoy, esa opción es puesta en duda –de momento, con total discreción– en la cúpula misma del Estado francés.
El objetivo de aumentar la producción de energías renovables en Francia ha recibido un impulso considerable con los acuerdos medioambientales de Grenelle, en octubre pasado, cuando el presidente, Nicolas Sarkozy, aceptó destinar, de ahora en adelante, la misma financiación a las fuentes limpias de energía que al sector nuclear.
A partir de enero, el Elíseo fue informado de que la Autoridad de Seguridad Nuclear (ASN) no iba a seguir haciendo la vista gorda frente a los incidentes en la envejecida industria nuclear francesa, ni frente a los defectos de fabricación en la nueva generación de centrales en construcción. Fue una razón más para volver a poner un poco de interés en las renovables. El proyecto internacional de Unión para el Mediterráneo, lanzado por París, acabó de bendecir el 13 de julio pasado esa nueva moderación nuclear de Francia.
La declaración conjunta auspiciada por París y sellada por más de 20 países mediterráneos y todos los de la UE contempla el desarrollo de un Plan Solar Mediterráneo de producción de electricidad, juzgado prioritario. De golpe, París redescubre que, en una meseta en los Pirineos Orientales, tiene un tesoro muy bien guardado desde hace cuarenta años: el horno solar de Odeillo, un laboratorio de investigación que fue el primero en el mundo en materia de altas temperaturas solares; y la central eléctrica termosolar Thémis, abandonada en 1986.
Los dos centros estuvieron en vanguardia, y sus tecnologías fueron retomadas, con éxito, por los californianos, los alemanes y los españoles, en la década de 1990, cuando Francia las dejó en vía muerta.
El centro de Odeillo se esconde en una curva de los Pirineos orientales, y visto desde la carretera, que desciende en picado, parece un juguete. Pero al acercarse a la inmensa parábola y la ladera repleta de heliostatos, es evidente el gigantismo de la instalación y el juego de espejos que permite alcanzar nada menos que 3.200ºC de calor generado por el sol.
Gabriel Olalde, director de investigaciones en el laboratorio, es uno de los sabios del equipo de un centenar de técnicos, administrativos y científicos que, bajo la dirección de Gilles Flamant, conservan desde hace cuatro décadas el saber iniciado a finales de la década de 1950. Ahora, cuando París redescubre el interés de esas técnicas, las explicaciones de Olalde se convierten en una especie de alegoría sobre los desaguisados que puede causar una política industrial desacertada.
La tecnología solar se ha usado en los últimos años en el sector espacial y nuclear
“Esto empezó en los años cincuenta, cuando dos investigadores franceses, Marc Foex y Felix Trombe, necesitaron altísimas temperaturas y muchísima pureza para estudiar materiales refractarios”, explica Olalde a Público. “Pero luego la central eléctrica Thémis fue cerrada. Se abandonó porque el poder político optó por la casi total nuclearización de la producción eléctrica. Se dijo que Themis era demasiado cara, e incluso peligrosa. Pensaron incluso en cerrar todas nuestras instalaciones”.
Contrariamente a Thémis, siguió abierto el horno solar de Odeillo y sus capacidades únicas no sólo para generar altas temperaturas, sino para medirlas milimétricamente y ver la diferencia de comportamiento de un material entre 1.804º y 1.799º, por ejemplo.Lo cierto es que por este lugar han pasado, para pruebas, los cascos de ojivas de misiles nucleares franceses y las placas de protección del transbordador espacial norteamericano Endeavour.
El colmo de la ironía: es aquí donde se está desarrollando actualmente el sistema de medición de temperaturas que funcionará en el futuro reactor nuclear internacional ITER, el primer proyecto de fusión termonuclear y la gran esperanza de la industria atómica.Con más discreción que los anuncios sobre el ITER, París dio luz verde, a mediados de junio pasado, al relanzamiento de la central eléctrica solar Thémis, situada al lado de Odeillo.
Quizá vaya a ser necesario revisar la idea, muy extendida, de que los franceses han perdido el tren de la energía solar. “En nuestra central Thémis estamos lanzando el proyecto Pegase. Hemos renovado un centenar de heliostatos, y ahora preparamos la torre de concentración, los receptores y la turbina. No es más que un experimento. No intentamos hacer como Andasol, sino experimentar a gran escala técnicas del futuro, para las centrales solares de tercera generación”, señala Olalde con un guiño.
El objetivo de aumentar la producción de energías renovables en Francia ha recibido un impulso considerable con los acuerdos medioambientales de Grenelle, en octubre pasado, cuando el presidente, Nicolas Sarkozy, aceptó destinar, de ahora en adelante, la misma financiación a las fuentes limpias de energía que al sector nuclear.
A partir de enero, el Elíseo fue informado de que la Autoridad de Seguridad Nuclear (ASN) no iba a seguir haciendo la vista gorda frente a los incidentes en la envejecida industria nuclear francesa, ni frente a los defectos de fabricación en la nueva generación de centrales en construcción. Fue una razón más para volver a poner un poco de interés en las renovables. El proyecto internacional de Unión para el Mediterráneo, lanzado por París, acabó de bendecir el 13 de julio pasado esa nueva moderación nuclear de Francia.
La declaración conjunta auspiciada por París y sellada por más de 20 países mediterráneos y todos los de la UE contempla el desarrollo de un Plan Solar Mediterráneo de producción de electricidad, juzgado prioritario. De golpe, París redescubre que, en una meseta en los Pirineos Orientales, tiene un tesoro muy bien guardado desde hace cuarenta años: el horno solar de Odeillo, un laboratorio de investigación que fue el primero en el mundo en materia de altas temperaturas solares; y la central eléctrica termosolar Thémis, abandonada en 1986.
Los dos centros estuvieron en vanguardia, y sus tecnologías fueron retomadas, con éxito, por los californianos, los alemanes y los españoles, en la década de 1990, cuando Francia las dejó en vía muerta.
El centro de Odeillo se esconde en una curva de los Pirineos orientales, y visto desde la carretera, que desciende en picado, parece un juguete. Pero al acercarse a la inmensa parábola y la ladera repleta de heliostatos, es evidente el gigantismo de la instalación y el juego de espejos que permite alcanzar nada menos que 3.200ºC de calor generado por el sol.
Gabriel Olalde, director de investigaciones en el laboratorio, es uno de los sabios del equipo de un centenar de técnicos, administrativos y científicos que, bajo la dirección de Gilles Flamant, conservan desde hace cuatro décadas el saber iniciado a finales de la década de 1950. Ahora, cuando París redescubre el interés de esas técnicas, las explicaciones de Olalde se convierten en una especie de alegoría sobre los desaguisados que puede causar una política industrial desacertada.
La tecnología solar se ha usado en los últimos años en el sector espacial y nuclear
“Esto empezó en los años cincuenta, cuando dos investigadores franceses, Marc Foex y Felix Trombe, necesitaron altísimas temperaturas y muchísima pureza para estudiar materiales refractarios”, explica Olalde a Público. “Pero luego la central eléctrica Thémis fue cerrada. Se abandonó porque el poder político optó por la casi total nuclearización de la producción eléctrica. Se dijo que Themis era demasiado cara, e incluso peligrosa. Pensaron incluso en cerrar todas nuestras instalaciones”.
Contrariamente a Thémis, siguió abierto el horno solar de Odeillo y sus capacidades únicas no sólo para generar altas temperaturas, sino para medirlas milimétricamente y ver la diferencia de comportamiento de un material entre 1.804º y 1.799º, por ejemplo.Lo cierto es que por este lugar han pasado, para pruebas, los cascos de ojivas de misiles nucleares franceses y las placas de protección del transbordador espacial norteamericano Endeavour.
El colmo de la ironía: es aquí donde se está desarrollando actualmente el sistema de medición de temperaturas que funcionará en el futuro reactor nuclear internacional ITER, el primer proyecto de fusión termonuclear y la gran esperanza de la industria atómica.Con más discreción que los anuncios sobre el ITER, París dio luz verde, a mediados de junio pasado, al relanzamiento de la central eléctrica solar Thémis, situada al lado de Odeillo.
Quizá vaya a ser necesario revisar la idea, muy extendida, de que los franceses han perdido el tren de la energía solar. “En nuestra central Thémis estamos lanzando el proyecto Pegase. Hemos renovado un centenar de heliostatos, y ahora preparamos la torre de concentración, los receptores y la turbina. No es más que un experimento. No intentamos hacer como Andasol, sino experimentar a gran escala técnicas del futuro, para las centrales solares de tercera generación”, señala Olalde con un guiño.